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hechos, se hace presente también en las promesas matrimoniales incumplidas
(esponsales), la ilegitimidad, los hogares dirigidos por mujeres abandonadas y
solteras, la relativa tolerancia hacia la indelidad masculina y la presencia de curas
con amantes y familia. Asimismo, el contraste entre la actitud más laxa de la Iglesia
respecto del matrimonio y el papel más rígido del Estado, sobre todo desde la
Pragmática Sanción, condujo, según Robins, a la intensicación de la litigación
judicial en los tribunales civiles, militares y eclesiásticos. Se trató, básicamente, de
castigar al infractor, destacando los juicios de nulidades y de divorcio, aunque en
muchos casos la separación de las parejas era un hecho fáctico. Entre las causas
más resaltantes de las querellas judiciales estuvo la violencia doméstica, la cual,
pese a ser socialmente y legalmente aceptada, supuso muchas veces un exceso que
fue denunciado vigorosamente.
Entre las conclusiones del libro merece destacarse, nalmente, la reexión que
el autor le brinda a la documentación contenciosa. Esta reeja la naturaleza de
muchos matrimonios y sus dicultades, entre ellas lo extendido de la violencia.
Pero, además, más allá del odio y el amor, el análisis de los casos estudiados y
sus narrativas revela «una sociedad altamente fragmentada, de doctrinas rígidas,
violenta e itinerante». Pese a que estos juicios no eran tan profusos (suponían gastos,
paciencia, no siempre se conseguía lo que se buscaba, entre otras consideraciones),
reejan tendencias más amplias y son elocuentes sobre lo que dejan de manifestar:
«una tendencia a negociaciones extrajudiciales (…), divorcios informales o de
facto, y una sociedad donde las desviaciones de la moralidad eran comunes». A
otro nivel, esta documentación retrata también la calle: la plaza, el mercado, la
iglesia, la pulpería, el taller, el cajón del comerciante, todos ellos espacios donde
se desenvuelven muchos protagonistas, demostrando que la movilidad social y
geográca era más uida de lo que se piensa, incluyendo la posibilidad de que
un individuo se «presente» de una u otra manera, según las circunstancias. Estas
«movilidades» suponen ambigüedades identitarias que, junto a la ambigüedad
teoría-realidad, se extendieron a los cimientos patriarcales permitiendo, en tal
sentido, que algunas mujeres pudieran, hasta cierto punto, eludir el dominio
masculino, tal es el caso de las viudas.
A manera de corolario, se hace necesario meditar sobre algunos comentarios y
resoluciones del autor. En este sentido, es un acierto la distinción que establece
entre la percepción del honor anterior al siglo XVIII del que se desarrolló en este
siglo, que involucró a más segmentos sociales, incorporando criterios de «riqueza
y honestidad» antes que elementos de «raza y orígenes nobles». Por otro lado,
Robins diferencia entre recogimiento y depósito, siendo el primero efectuado en
un monasterio o en un «orfelinato sacro» (beaterio), suponiendo connamiento o
reclusión, en tanto el depósito se llevaba a cabo en una casa respetable. Acota que
no era lo mismo estar en una casa que en un beaterio o monasterio y que en estos