Legados de guerra. Reseña de: Kimberly Theidon,

Legados de guerra. Violencia, ecología y parentesco

(Instituto de Estudios Peruanos, 2023)

 

Ivan Ramírez Zapata

Universidad Antonio Ruiz de Montoya

https://orcid.org/0000-0002-5426-3303

doi: 10.46476/ra.v4i1.167

 

Los niños/as nacidas a causa de la violencia sexual en tiempos de guerra son uno de los «legados vivos» de la atrocidad. Este libro empieza hablando del contexto de tensiones y emociones que marca la relación de estos niños y sus madres en comunidades rurales posconflicto. La autora parte de ese punto para describir —valiéndose de datos etnográficos de su trabajo en Perú y Colombia— las conexiones sociales entre violencia, ecología y lenguaje, y mostrar lo que estas nos dicen sobre los límites de las políticas de reparación que los estados implementan en favor de las víctimas de la guerra.

Una premisa de este trabajo es que las palabras y los discursos son una entrada privilegiada para comprender la experiencia concreta del daño y la injusticia. Por ello, a lo largo del libro vemos una preocupación por destacar las maneras en que las cosas son nombradas. Así, «paraquitos» e «hijos de nadie» son referidos como ejemplos de cómo se designa a los hijos de violaciones ocurridas en contextos locales de violencia armada en Colombia y Perú, respectivamente. Más aún, en la medida que el lenguaje nombra públicamente relaciones sociales, constatar la existencia de estos términos lleva a Theidon a cuestionar el sentido común, según el cual las violaciones son siempre algo que se quiere ocultar. Por ello, afirma que «cuando es la propia madre la que pone un nombre que recuerda la violencia a la que ha sobrevivido, esa violencia íntima se traslada al dominio público [...] exponiendo un conocimiento envenenado en demanda de reconocimiento» (Theidon, 2023, p. 36). ¿Reconocimiento de qué? Del fracaso colectivo de la comunidad y, sobre todo, de sus elites: que no pudieron evitar las violaciones en su momento, que en más de una ocasión permitieron la ocurrencia de violaciones, que participan de un sentido común que culpa a las mujeres de sus embarazos forzados en lugar de darles apoyo y solidaridad.

Este reclamo de la madre hacia su comunidad da cuenta de una dimensión presente en sociedades que han atravesado etapas de violencia extrema: la descomposición del mundo social. Esta, por lo demás, es una preocupación transversal en la obra de Theidon: ¿cómo se reconstruyen los vínculos de amistad, vecindad y parentesco en sociedades golpeadas por la violencia?, ¿cómo se rehacen estos vínculos luego de una etapa marcada por desconfianzas, rumores y agresiones «entre prójimos»? En esta dimensión del posconflicto se describe la manera en que los agravios del pasado impregnan la experiencia del presente: los recuerdos dolorosos, las enfermedades y los fluidos del cuerpo son interpretados por las mujeres víctimas de violación como resultados de lo vivido, pero también como fuente de «contaminación» intergeneracional. Así, sus hijos aparecen descritos como jóvenes callados, tristes, con problemas de socialización o dificultades para el aprendizaje. La autora cuenta que en varias comunidades rurales ayacuchanas la gente se explicaba este carácter mediante una teoría local sobre la transmisión del sufrimiento de la madre al hijo en el útero o a través de la leche materna. Para Theidon, esto ejemplifica un fenómeno más amplio de trauma histórico, en el cual la acumulación de eventos traumáticos, durante varias generaciones, se materializa en los cuerpos de quienes los sufren.

Lo anterior sirve a la autora para avanzar una perspectiva teórica de «biologías situadas», esto es analizar cómo la biología y los contextos históricos interactúan para dar forma a lo que la gente es. Así, se hace mención a la epigenética, la cual «se centra en cómo las experiencias exposiciones y entornos alteran la expresión de los genes» (Theidon, 2023, p. 92). Desde este punto de vista, el «entorno materno» en contextos de guerra es aquel en el cual los aspectos biológicos del embarazo se ven expuestos a múltiples fuentes sociales de estrés, afectando sus funciones reproductivas.

La apuesta por las biologías situadas es también una apuesta por reconsiderar la relación entre lo humano y lo «más-que-humano». La autora atribuye a las epistemologías indígenas una concepción del mundo en la cual no solo los seres vivos y los territorios son de importancia fundamental para el sostén de la vida humana, sino que tienen también sustancia moral. Por lo tanto, pueden ser también víctimas de una guerra. El ejemplo que da la autora es el río Atrato, uno de los más largos de Colombia, que tiene una longitud de aproximadamente 700 km, y que «conecta a diferentes seres, desde las briznas de hierba hasta las aves acuáticas; desde las tortugas Trachemys medemi hasta los niños pequeños; desde los paramilitares hasta los guerrilleros y los civiles desplazados» (Theidon, 2023, p. 100). La descripción del mundo social de guerra que recorren las comunidades ubicadas cerca al río, lleva a Theidon a afirmar que las marcas de la violencia solo pueden entenderse si consideramos la manera en que esta afecta la relación de las personas con sus ecosistemas.

Pero los ecosistemas sufren también estas marcas de guerra; aunque la autora no lo dice así, los lenguajes que usan los locales para referirse a los paisajes donde la guerra ha transcurrido sugieren que esta deja traumas en el territorio, y que estos traumas tienen efectos sobre la vida que se desarrolla en ellos. De allí que considera acertadas las decisiones judiciales recientes que consideran al río Atrato merecedor de los derechos consagrados en la Constitución colombiana, lo que descentra el carácter antropocéntrico tradicional de la doctrina de derechos humanos.

Las asimetrías de género son el eje central del libro. Las agresiones sexuales, la maternidad, y las jerarquías patriarcales del pasado y del presente se encuentran en el corazón de ese mundo social descompuesto que las comunidades están tratando de reconstruir. Estos sistemas locales de reconciliación y justicia, a su vez, tienen varios puntos de contacto con los discursos legales y políticas de paz que gobiernos y expertos tratan de implementar. Sin embargo, Theidon sostiene que estos puntos de contacto, con su énfasis en los derechos, pierden de vista aquella violencia cotidiana sin conceptualización jurídica que experimentan las mujeres. Por ello, hace suya la propuesta de la académica Ruth Rubio-Marín, quien afirma la necesidad de pasar de un enfoque de reparaciones sobre la base de derechos, a otro basado en daños. El énfasis en los daños permitiría captar un espectro más amplio de perjuicios que han sufrido las mujeres en tiempos de guerra, independientemente de que se ajusten o no a alguna tipificación legal.

El libro de Theidon tiene múltiples méritos. En primer lugar, sus discusiones se alimentan de una mirada comparativa a estudios de varios países del mundo, así como a datos etnográficos de Perú y Colombia. Ello le permite sustentar empíricamente sus argumentos sobre la maternidad, los lenguajes y el daño de género, y presentarlos como fenómenos que, más allá de las particularidades de cada caso nacional, son recurrentes en sociedades golpeadas por la guerra, o que están saliendo de ella.

En segundo lugar, el libro pone en diálogo este material empírico con el discurso de derechos, y el trabajo estatal derivado de este. Así, la autora analiza cómo la tensión en aquellas madres, que desean ocultar la humillación de la violación y el derecho del niño a la reparación, generó un dilema en los implementadores de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierra en Colombia (que reconoce a los niños nacidos de violaciones como víctimas del conflicto armado), pues la entrega de reparaciones llevó a situaciones en las cuales los niños se enteraban de las circunstancias en las que habían sido concebidos, en contra de la expectativa de sus madres, que habían hecho todos los esfuerzos posibles para que ello no se sepa.

En tercer lugar, la reflexión sobre la maternidad es recurrente y bastante elaborada. El libro problematiza la situación de mujeres que se ven incapaces de amar a sus hijos, sugiere vínculos entre abortos fallidos y niños con defectos congénitos, y muestra varios casos de mujeres que decidieron quedar embarazadas por algún miembro de su comunidad para no tener un hijo producto de una violación grupal en alguna base militar. Así, cuando se habla de los «legados vivos» de la guerra, se habla también de lo que la guerra le hizo a los códigos sociales que sostienen la vida familiar y a los sistemas de prestigio que marcan la vida de las mujeres en comunidades rurales. Hay, además, una crítica muy fuerte a la prohibición del aborto, sugiriéndose que el veto internacional sobre este tema ha tenido como consecuencia la poca discusión sobre los problemas y dilemas que viven las mujeres víctimas de violación, así como sobre las vidas de sus hijas.

Hay varios elementos en este libro que merecen también una discusión. El punto de partida del primer capítulo es el cuestionamiento al «estigma». Para Theidon, este concepto no permite entender la multiplicidad de motivos que podrían llevar a niños y jóvenes a ser rechazados por su entorno. Sin embargo, esta crítica no termina de redondearse. Por un lado, su rechazo a este concepto parece ser su mal uso en políticas estatales que buscan acabar con el estigma; por el otro, a veces parece que lo que le incomoda es la asunción de que el estigma es inevitable, más que al concepto en sí mismo. En cualquier caso, llama la atención la ausencia de una discusión con la literatura académica sobre el estigma, lo cual habría permitido ilustrar de manera más convincente las limitaciones conceptuales que ella señala.

En varios segmentos de este estudio, Theidon declara que las epistemologías indígenas son las que mejor permiten comprender la relación entre lo humano y lo más-que-humano. Así, la propuesta de una «biología situada» es presentada como un resultado de poner en diálogo la epigenética, la antropología médica y la producción de académicas nativos americanos. Si bien considero un mérito la referencia a dicha producción académica, no termina de ser claro —en la manera en que son presentadas— su aporte analítico. Las citas de estas autoras que aparecen en el libro tienen el tono de declaraciones políticas o acusaciones a alguna noción presuntamente occidental del mundo; con todo el valor que ello puede tener, la impresión que queda es que en la apuesta por un pluralismo explicativo no termina de quedar bien ilustrado el aparato conceptual o metodológico detrás de las epistemologías indígenas.

La crítica al discurso de derechos responde a la manera en que Theidon concibe el alcance de las políticas de reparaciones. Para la autora, esta perspectiva es ciega a las varias formas en que niñas y mujeres viven la guerra:

Los trabajos forzados, los matrimonios forzados, la esterilización forzada, los desplazamientos, los sistemas de tenencia de la tierra y los modelos de herencia con sesgo masculino. Los problemas de salud crónicos derivados de la violencia sexual y la desnutrición, la maternidad forzada, el fuerte aumento de los hogares encabezados por mujeres y la feminización de la pobreza (p. 146).

Esta enumeración llama la atención por dos razones. Primero, porque fenómenos como los desplazamientos o la esterilización forzada sí cuentan con encuadres jurídicos y están presentes en las preocupaciones de quienes hablan desde el punto de vista de los derechos humanos; más aún, son situaciones consideradas en distintas sentencias sobre violaciones a los derechos humanos en todo el mundo.

Segundo, Theidon sostiene que las investigaciones feministas «aportan críticas convincentes al derecho y al liberalismo, subrayando el fracaso de ambos por captar adecuadamente las experiencias de las mujeres» (2023, p. 146). Aunque los propios casos descritos en el libro van en la línea de esta afirmación, es cierto también que alcanzan más para ilustrar los problemas de implementación que su total fracaso. En varios momentos, las limitaciones que la autora observa en estas políticas la llevan a decir que su potencial transformador es muy limitado. Para ponderar este juicio tenemos que saber cuál es la transformación que deberíamos esperar. Podría entenderse que dicha transformación sería la de los cambios estructurales y el cierre de brechas subyacentes al conflicto armado, y a esto parece apuntar el libro cuando se les atribuye a las políticas de paz y reparación no solo la responsabilidad de resarcir los daños de género a causa de la guerra, sino también la de intervenir sobre varios aspectos de la estructura social. Por otro lado, podría decirse que la transformación que esperamos pasa por reconocer los derechos violentados durante la guerra y encontrar mecanismos para compensar a las víctimas, así como para reafirmar tales derechos en el presente; ello nos pondría en un horizonte más modesto, con los pros y contras que podría conllevar. Y aunque no son perspectivas que sean necesariamente contrarias, lo cierto es que cualquier discusión sobre el potencial transformador de estas políticas requeriría analizar las metas que ellas mismas se plantean, para que nos formemos expectativas realistas. De lo contrario, corremos el riesgo de decretar el fracaso o el éxito de cualquier política solo con mirarlas a la luz de nuestras preferencias personales.

Legados de guerra es un libro notable, que avanza sustantivamente la reflexión sobre las huellas de los conflictos armados en el presente. Las consecuencias intergeneracionales de la violencia extrema son tratadas desde varias perspectivas, que van desde un análisis de sentidos y códigos sociales en la vida privada y pública, hasta una exploración de los efectos de la guerra sobre la biología de la reproducción. El libro es también un llamado de atención sobre la necesidad de despenalizar el aborto para hacerlo parte de los repertorios disponibles a las mujeres a fin de afrontar situaciones de embarazo a causa de violencia sexual. Y es también, acuerdos y desacuerdos incluidos, una oportunidad excelente para discutir sobre los alcances y límites del discurso de derechos humanos, y su relación con las experiencias concretas de la violencia y la injusticia.