Perros y promos.

Reseña de: Jelke Boesten y Lurgio Gavilán,

Perros y Promos. Memoria, violencia y afecto en el Perú posconflicto

(Instituto de Estudios Peruanos: 2023).

 

Lourdes Hurtado

Franklin College

https://orcid.org/0009-0004-4252-0319 

doi: 10.46476/ra.v4i1.166

 

Durante las décadas de 1980 y 1990, el Perú vivió uno de los periodos más violentos de su historia contemporánea. La violencia ejercida tanto por Sendero Luminoso, como por las Fuerzas del Orden contra las poblaciones rurales fue brutal. El informe final de la CVR dio cuenta de los diferentes actos de violaciones a los derechos humanos perpetrados por los militares contra las poblaciones civiles: ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, torturas y violaciones. El libro de Jelke Boesten y Lurgio Gavilán, Perros y Promos. Memoria, violencia y afecto en el Perú posconflicto, es un texto fundamental que permite poner en contexto el comportamiento de los militares en las zonas de emergencia durante el conflicto armado. La premisa del libro es que la violencia perpetrada por los militares contra las poblaciones campesinas no surgió de un momento a otro, ni en un vacío, sino que fue producto de una cultura militar feroz que, en ciertos momentos, facilitó la deshumanización de sus propios soldados al interior de los cuarteles. En un contexto de polarización debido al conflicto armado, la preexistencia de relaciones de autoritarismo, racismo, y violencia sistémica en el ejército, facilitó la expansión de prácticas violentas hacia las poblaciones civiles.

El libro está basado en las entrevistas e historias de vida que Boesten, profesora de estudios de género y desarrollo en King’s College, Londres, y Gavilán, antropólogo y autor de Memorias de un Soldado Desconocido y Carta al Teniente Shogún, recopilaron por dos años entre 2019 y 2021. La primera parte, “Cuando lejos se van: Historias de vida”, contiene nueve relatos en los que diez licenciados del ejército, quienes en su mayoría fueron reclutados entre 1989 y 1997, ofrecen su perspectiva sobre el conflicto. La segunda parte, “Veteranos, violencia y afecto en el Perú posconflicto”, es el análisis de las entrevistas, así como de los relatos que fueron enviados a los concursos de narrativa sobre Leva y Perrada realizados por la organización de licenciados LIPANAAC en Ayacucho. Además de los testimonios, el libro presenta fuentes visuales, fotos y pinturas, que ilustran parte de la cotidianidad militar en las bases militares. El libro también cuenta con una presentación de Charles Walker.

Los autores señalan que el propósito del libro es cuestionar esa “polaridad binaria entre héroes y perpetradores, víctimas y victimarios” (18) con las que tienen que vivir los militares, especialmente los más vulnerables, aquellos que fueron parte de la tropa y que muchas veces fueron llevados al ejército en contra de su voluntad. Boesten y Gavilán señalan que estos hombres viven cautivos entre dos narrativas: una narrativa oficial, promovida por el Informe Final de la CVR, que se enfoca sobre todo en las violaciones a los DDHH cometidas por el personal militar, y una narrativa heroica promovida por las FFAA a través de documentos oficiales como el libro En Honor a la verdad.

En la introducción, los autores definen una serie de conceptos que estructuran los relatos y el análisis de la violencia y los afectos al interior del cuartel: “perros”, “perrada” y “promo”. Los “perros” eran los reclutas novatos, quienes una vez llegados a los cuarteles tenían que aguantar todo tipo de humillaciones y castigos físicos. La perrada era el momento de iniciación, el “bautizo” militar que duraba casi cuatro meses. Durante esta situación liminal los reclutas ya no eran civiles, pero tampoco eran reconocidos como soldados por sus pares militares. Aquí se gestaría el marco de referencia de las relaciones entre los militares: el ejercicio del poder a través de la violencia. Ellos aprenderían que el castigo físico y las vejaciones a las que habían sido sometidos se debía a su estadio liminal de “perros”, y tendrían que esperar a tener cierta “antigüedad” para poder tomar revancha, para perpetrar en el cuerpo del otro lo que les habían hecho a ellos. Otro concepto importante es la “promo”, la cohorte de aquellos varones que ingresaron el mismo año al servicio militar. Por extensión, el “promo” es aquel soldado que pertenece a la misma promoción y que está hermanado con los de su cohorte debido a que colectivamente tuvieron que enfrentar diferentes situaciones de violencia en el cuartel. Los autores sostienen que más allá de ser sólo una cohorte, la promoción es “la conformación de una familia extensa para actuar en grupo” (209). En el caso de los reclutas de origen andino, este parentesco por afinidad adquirió connotaciones especiales pues evitaba que fueran waqchas, huérfanos de familia en el cuartel. Boesten y Gavilán dicen que este “conjunto de interdependencias y afectos surgidos en el marco del conflicto” (24) no sólo fue una estrategia de supervivencia durante su estancia en el cuartel sino también en el mundo civil. Esto se ve expresado en, por ejemplo, las federaciones de veteranos que han desarrollado una serie de programas de solidaridad y ayuda mutua supliendo el rol que le debería corresponder al Estado.

En la primera parte del libro, los nueve capítulos son introducidos por Gavilán. En uno o dos párrafos, él brinda información acerca del contexto de la entrevista, cómo conoció al veterano que quería compartir su historia, y qué emociones evocaba el relato en él. Los testimonios en sí son un ejercicio de observación participante. Escuchamos la voz de Gavilán, el antropólogo, pues el relato que los veteranos comparten con él implican proximidad y cercanía. El antropólogo sabe a qué se refieren los veteranos, comparten los mismos códigos, porque Gavilán viene de la misma matriz.

Cuando Memorias de un soldado desconocido fue publicado en el año 2012, el libro causó tanto impacto porque podíamos acceder a la subjetividad de un militante de Sendero Luminoso que luego se hizo soldado del ejército en una forma que no había sido posible antes. Ese testimonio desnudaba al ejército. El maltrato físico en las cuadras, el racismo, la corrupción, el autoritarismo, el abuso de poder, la llegada de trabajadoras sexuales a los cuarteles, la violencia de género, son bien conocidas en los entornos militares. Pero usualmente no se hablaba de eso hacia afuera pues existía una suerte de pacto de silencio informal. Al mismo tiempo, la elocuencia del relato de Lurgio Gavilán, revelaba una gran ambigüedad. Nos hablaba del cariño y gratitud hacia el ejército, no sólo no lo habían matado por ser senderista, sino que como un “Cabito”, un niño viviendo en el cuartel, había podido ir a la escuela y aprender a leer y escribir. También estaba el orgullo, el sentido de pertenencia, la hermandad, y el cariño hacia los que sirvieron con él.

Lo que los testimonios aparecidos en Perros y Promos demuestran es que la experiencia de Gavilán no era única. Si bien es cierto no todos los reclutas pasaron como él por tres instituciones totales, Sendero Luminoso, el ejército, y la iglesia, varios otros que hicieron el servicio militar durante los años del conflicto también han podido procesar sus propias experiencias, y articular un relato sobre lo que vivieron que necesita ser contado y escuchado. Tal vez los relatos del libro no tienen la perspectiva informada por la academia que brinda Memorias de un soldado desconocido, pero en los testimonios de esos veteranos se percibe el dolor, la rabia, la frustración, pero también la nostalgia, e incluso la gratitud por ciertas facetas de la vida militar. El conflicto fue para ellos marca generacional.

El primer relato, Chakal, Lobo y los voluntarios presenta los testimonios de los dos únicos licenciados que decidieron entrar al ejército por decisión propia. Los otros narradores fueron levados. Este primer relato introduce los temas que se verán después en los otros capítulos: la violencia de los primeros días, el rol periférico de los oficiales, el rol perpetrador de los sargentos, las diferentes instancias de coerción y violencia sexual hacia las mujeres, el cariño a los amigos, los enfrentamientos con los senderistas, la emoción de la batalla, la pérdida de los amigos, el temor, así como de la incapacidad para compartir con la familia el trauma de lo vivido, la experiencia de lo perpetrado.

A medida que uno sigue las historias de los otros veteranos, podemos imaginarlos como adolescentes aterrorizados ante el secuestro violento que sufrieron a consecuencia de la leva, llorando, recibiendo golpes, y a sus familias, desesperadas al no saber a dónde habían llevado a sus hijos, casi replicando la experiencia de las familias de los detenidos desaparecidos. Los testimonios permiten acercarnos a la vida cotidiana de los soldados en la base militar. Sabemos qué comían: frijoles mal cocinados, el caldo de caballo que parecía haber sido frecuente, así como el ocasional quaker con pólvora para hacerlos más “hombres”. Y también notamos cómo desde su posición marginal, desarrollaron un sentimiento de familiaridad con equipo militar valorizado en miles de soles al que otros jóvenes de su mismo entorno social nunca habrían podido acceder. Los soldados viajaban en helicópteros, usaban instalazas y, a veces, lanzaban granadas a la laguna de Razuhuillca para cazar truchas (47).

La segunda parte de libro consta de cinco capítulos en los que se analizan los temas más relevantes de las entrevistas: 1) la experiencia de los licenciados en la formación de barrios en Huamanga, 2) cómo la leva y perrada se convirtieron en el fundamento de la violencia entre los soldados, 3) la expresión de la masculinidad militar a través de la violencia sexual, 4) el rol de los lazos afectivos entre los veteranos, y 5) la autopercepción de los veteranos con respecto a conceptos como víctima, victimario y héroe.

El capítulo más sólido y a la vez más perturbador es el capítulo sobre “Masculinidad, violencia y sexualidad”, en donde se señala que “en el cuartel y la base militar, el ambiente no sólo estaba cargado de fuerza y agresión, sino también de sexo y deseo” (194). Al interior del cuartel y la base militar se producía una batalla contra la debilidad entendida como femenina, lo que también abría la puerta para la feminización del otro y la dominación de los otros por la feminización sexual. Por ello, la experiencia de la perrada en algunos casos también habría incluido violencia sexual (196). Los autores dicen que “el abuso sexual proporcionaba el ejemplo de lo que significaba ser un buen soldado: dominar por medio de la violación. El sexo y la violencia sexual eran herramientas de dominación y una prueba de masculinidad” (196).

El ejército asumía el cuartel como un espacio masculino, y esperaba que todos los soldados fueran heterosexuales. Por ello, una forma de canalizar la sexualidad heterosexual de la tropa era a través del acceso a trabajadoras sexuales conocidas como “las charlis” o la Clase 7. En tal sentido, es interesante la discusión del concepto del “soldado merecedor”, aquel que podría tener acceso a los cuerpos de las trabajadoras sexuales que llegaban al cuartel, o de las mujeres que vivían en las comunidades cercanas, o de las mujeres que vivían dentro del cuartel. Merecedores eran oficiales, suboficiales, soldados antiguos pero muy pocas veces los perros (197). Usar los servicios sexuales de “las charlis” era casi obligatorio, no sólo porque el soldado tenía que demostrar que era “hombre”, sino también porque el oficial pagador potencialmente podría beneficiarse económicamente de estas transacciones. Los autores también enfatizan el potencial homoerótico de los encuentros entre los soldados y las trabajadoras sexuales pues como no había privacidad, generalmente los soldados se miraban unos a otros mientras tenían sexo con ellas (198). Dentro del cuartel se abrió la posibilidad de usar el abuso sexual como castigo contra el enemigo. Los autores señalan que “la violación del enemigo era parte de una cultura militar en la que el dominio y la fuerza física estaban sexualizados y hasta erotizados” (202). La experiencia de violencia sexual frecuentemente fue perpetrada en grupo. Estos actos de agresión física crearon lazos íntimos entre la tropa que aseguraban su lealtad mutua y hacia la institución. Las experiencias de violencia sexual perpetradas también dejaron huellas en los soldados pues ellos no pueden hablar de esto con sus familias, sólo pueden hablar de esto con otros grupos de militares.

Perros y Promos es una excelente investigación que nos permite apreciar dimensiones desconocidas hasta hoy sobre la vida cotidiana de los soldados en las zonas de emergencia durante el conflicto. El libro cumple con creces su cometido de dar voz a los soldados que participaron en el conflicto y de aproximarse a ellos como seres humanos. Hay un buen balance entre la elección de los testimonios y el análisis crítico de ellos. En realidad, las dos partes del libro podrían leerse de manera independiente. El lector puede prestar atención solamente a los testimonios, seguir las trayectorias de vida de cada veterano, o también enfocarse en sólo el análisis del contenido de los testimonios con el trasfondo del conflicto armado. El libro es adecuado para un público general, especialmente la sección de los testimonios, pero también para los académicos interesados en la discusión de género, violencia y el rol jugado por militares durante el conflicto armado.

Hay un punto que tal vez podría haber sido desarrollado más en el texto. Me refiero a situar la violencia de la cultura militar del ejército en el tiempo de larga duración. La experiencia de la perrada también se suscitaba en la Escuela Militar de Chorrillos, donde se entrena a los futuros oficiales del ejército, y en otros espacios asociados con lo militar. Recordemos los niveles de violencia mencionados por Vargas Llosa en La Ciudad y Los Perros sobre su experiencia en el Colegio Militar Leoncio Prado. Los perpetradores de esas violencias eran estudiantes de secundaria, adolescentes, casi niños. Por ello, es necesario historiar esa violencia.

A medida que leía los testimonios de los veteranos pensaba en otro recluta andino que había hecho el servicio militar hace noventa años atrás: Gregorio Condori Mamani. En su autobiografía, una de las pocas historias de vida de campesinos indígenas recopiladas en la década de 1970, Gregorio Condori Mamani, un anciano que se desempeñaba como cargador de mercado en el Cusco, hacía referencia a su propia experiencia cumpliendo el servicio militar. El hablaba de los castigos físicos, los robos sistemáticos adentro del cuartel, la mala calidad de la comida, los descuentos en la propina, las formaciones de los soldados desnudos para los exámenes médicos, la sensación de ser tratados como animales, a veces como reses, otras como perros. Por eso, Condori decía que el ejército no era “cristiano” (54). Y, sobre todo, él hacía referencia al poder de los sargentos y cabos indígenas. Lo que más parecía indignarle era que aquellos que perpetraban la violencia fueran indios “runas” como él. Se portaban como dioses y miraban a los soldados comunes como si fueran perros (51). Condori soñaba con ascender a cabo para poder vengarse, pero nunca ascendió, porque no pudo aprender el abecedario (53).

Ver la cultura militar del ejército dentro de un marco de más larga duración permite apreciar las continuidades de esa cultura, pero también las rupturas, los cambios. Durante todo el siglo XX, la violencia en los cuarteles fue sistémica y racializada. La “antigüedad”, que en las instituciones militares se equipara con rango y poder, posibilitó que muchos varones ejercieran violencia contra otros hombres de su propio grupo social y étnico. Esta continuidad de prácticas militares asumió nuevos contornos en los años 60s con el surgimiento del nuevo ideal militar: el guerrero contrasubversivo entrenado en operaciones especiales por la Escuela de Comandos y la Escuela de las Américas (Hurtado). Si ya existía violencia en los cuarteles durante el siglo XX, la formación contrasubvesiva exacerbó los aspectos más letales de la cultura militar del Perú.

 

Referencias

Gavilán, Lurgio (2012). Memorias de un soldado desconocido. Lima: Instituto de Estudios Peruanos/Universidad Iberoamericana.

Gelles, Paul H y Gabriela Martínez (1996). Andean lives: Gregorio Condori Mamani and Asunta Quispe Huamán, Austin: University of Texas Press.

Hurtado, Lourdes (2023). Guerreros contrasubversivos: Historia temprana de los comandos del Perú. Artículo sin publicar.